Postaedo por Mariano en 2007
Leonardo Pardo creció en una familia tipo de clase media, disfrutó su infancia hasta que un día su padre desapareció.

Todos
los integrantes de la familia Pardo viven intensamente la
espiritualidad, cada uno a su manera; el padre, Juan Pardo, experimentó
sucesivos secuestros extraterrestres, que podían durar desde un fin de
semana hasta meses enteros. Hasta el último rapto que fue hace cerca de
veinte años y aún no ha regresado. La madre, Teresa Pena, luego de
aceptar que su marido vive en Marte, se juntó con un Testigo de Jehová
que tocó a su puerta; y su hermano mayor Gastón “el Gato” Pardo se
convirtió al gitanismo con una devoción digna de un monje hindú, se dejó
la panza hasta las rodillas, toma cerveza a razón de siete litros
diarios, se dedica al comercio automotor y lo que no gasta en cerveza lo
quema en anillos y cadenas de oro.
Quizá
por eso a nadie le llamó la atención que Leonardo se comprometa de la
manera que lo hizo con el karate y sobre todo con el espiritualismo que
profesaba el maestro Ouh Chal Zung en su escuela de artes marciales. Aún
a sabiendas de las sospechas de la gente del barrio que decía que el
anciano no venía de Oriente sino de Puerto Natales, aunque eran
evidentes los rasgos achinados, también se creía en el barrio que el
verdadero apellido del octagenario era Oyarzún, pero su notorio problema
de dicción lo había deformado hasta derivar en el nombre por el que
todos lo llamaban. Los adeptos a esta teoría estudiaron minuciosamente
el caso y llegaron a una conclusión: No se encuentran registros de
fonoaudiólogos en la patagonia argentina ni chilena de hace 70 a 75
años.
Nunca
un alumno se había involucrado tanto con el maestro, quizás por eso Ouh
Chal Zung lo adoptó como pupilo tiempo despues de la desaparición de
don Juan Pardo. Las enseñanzas recibidas marcaron a fuego la conducta de
Leonardo, hasta el punto de estudiar para maestro jardinero porque su
guía espiritual interpretó en un sueño que ese era su camino de
superación.
Aunque
aquella madrugada de noviembre Leonardo se dio cuenta definitivamente
que no podía seguir soportando a los niños del jardín después de seis
duros años y que su vocación era otra, esto no hizo mella en el respeto
del alumno a su maestro.
Esa
noche Leonardo comenzó una relación amorosa con Jenifer, la prostituta
que quería independencia. Con el correr de los días y en reiteradas
charlas la parejita fue dando forma a un emprendimiento que los tendría
como socios. Con los ahorros de Jenifer, la venta del R12 de Leonardo y
un préstamo que este le pidió a su hermano Gastón, se hizo realidad un
viejo sueño de Jenifer y una nueva esperanza para Leonardo Pardo.
Sabían
que no iba a ser fácil ya que el círculo de prostíbulos es muy cerrado y
los propietarios no son muy tolerantes con los nuevos emprendedores,
les esperaban momentos de dura lucha con los dueños de las casitas ya
instaladas y relacionados con la policía y el gobierno. No les importó y
consiguieron alquilar a la vuelta del prostíbulo donde trabajaba
Jenifer. Todavía olía a pintura el día de la inauguracíon, a la que
concurrió solo la colectividad gitana, asi Gastón comenzaba a cobrarse
el préstamo.
No
era grande pero con mucho esfuerzo lograron hacer un local agradable en
cuanto a la decoración, contaba con mesas y un pequeño escenario con la
barra vertical en el centro para los que los que luego serían clásicos
shows, en el frente exterior las luces de neón hacían brillar el nombre
del flamante prostíbulo, “Leopardo drinks and girls”, se leía desde
lejos.
En
esos primeros momentos el Sindicato de Cafishos de Quilombos Históricos
vió hasta con cierta simpatía la apertura de la nueva casita ya que los
libraba de los gitanos que son indeseables hasta en esos lugares y asi
durante los aquellos días Leonardo no tuvo inconvenientes, solamente
Jenifer recibió una mirada amenazadora por parte de la Nelly, encargada
del burdel en el que antes trabajaba, al pasar por el frente del
flamante local en un Taunus conducido por un fiolo.
El
happy hour fue una gran idea de Leonardo, cuando veían que la clientela
estaba lo suficientemente borracha hacían sonar una campana que
indicaba que por el precio de un “pase” el cliente tenía derecho a dos
servicios. El sistema era infalible, al sonar la campana todos los
parroquianos abonaban un pase, pero con la borrachera que tenían y
gracias al profesionalismo del plantel de chicas, nunca disfrutaban del
doble beneficio de la promoción.
De
a poco “Leopardo drinks and girls” con buenos precios e ideas
innovadoras para el rubro terminó por atraer a los clientes habituales
de los quecos clásicos y la actitud de los cafiolos cambió radicalmente.
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